Espondilitis anquilosante.
Descripción y rasgos clínicos
La Espondilitis Anquilosante o Anquilopoyética es una artropatía inflamatoria de origen desconocido. También llamada Artritis de Marie-Strümpell o Espondilitis Reumatoide, se la considera una enfermedad distinta de la artritis reumatoide. Las razones son la afectación mayoritaria al sexo masculino, su inicio temprano, la ausencia de nódulos subcutáneos y la localización de las artropatías. En la analítica las reacciones serológicas al factor reumatoide son negativas y a la aplicación de rayos X denota una calcificación de los ligamentos.
La lesión fundamental y característica de la Espondilitis es una sinovitis de las articulaciones sacro iliacas. También se ven afectadas las articulaciones apofisarias intervertebrales posteriores y las articulaciones costo vertebrales. Más tarde, el ligamento espinal se calcifica, apareciendo los denominados sindesmofitos, dando una apariencia en “caña de Bambú”. Son comunes las afectaciones cardiacas, en forma de aortitis e insuficiencia aórtica. La uveítis o iritis afecta a un 25% de los pacientes, no ocurre escleromalacia perforante, pero suele terminar con una ceguera del paciente.
La enfermedad asoma con un comienzo insidioso, rigidez matutina, mayor después de periodos de inactividad, dolor de tipo inflamatorio localizado a la altura de las articulaciones sacro iliacas, con irradiación a los glúteos, cara posterior del muslo y cierta limitación a la flexión. Le sigue la desaparición de las curvas fisiológicas, comenzando por la lordosis lumbar y con una inclinación anterior de la cabeza y el tórax. A medida que la columna se “suelda”, aparece la llamada “columna del atizador”. Disminuye la movilidad del tórax y, no es infrecuente dolor a la inspiración profunda, la tos y el estornudo.
En las pruebas de laboratorio, es característico la presencia del antígeno HLA B27, lo cual nos servirá para confirmar el diagnóstico. La evolución del paciente será una disminución del dolor y de la movilidad. La pérdida de peso y la febrícula también serán comunes durante todo el proceso patológico.
Acción del fisioterapeuta
El fisioterapeuta debe valorar mediante exploraciones globales y específicas la flexibilidad del raquis. Para ello, podrá realizar la distancia dedos-suelo (finger-floor) que valora la flexión de tronco global, donde también participan las articulaciones coxofemorales. Otra exploración posible será el Test de Schober parcial, que constituye una exploración más precisa del segmento lumbar. Será también de suma importancia conocer el estado de la musculatura, para valorar posibles contracturas y atrofias.
El tratamiento fisioterápico lo podemos clasificar en dos periodos, por un lado abordaremos la fase inflamatoria y, por otro, los periodos de ínter brote.
Fisioterapia en el periodo inflamatorio
En la fase aguda o inflamatoria, nos centraremos en reducir el dolor y la inflamación. Para ello, recurriremos al reposo controlado, para disminuir la inflamación y evitar la rigidez.
Cuando el paciente se encuentra en decúbito sobre la cama es importante que se encuentre completamente llano sobre la superficie.
También se recomienda que prueba el decúbito prono 20 minutos antes de levantarse por la mañana y acostarse por la noche. Es posible que al paciente esta posición le resulte incómoda y le produzca sensación de ahogo.
Comenzará con periodos cortos de 5 minutos y los aumentará según tolerancia. La cama debe ser firme, sin comba. Para ello, lo ideal será una un somier con tabla, pero no excesivamente dura. Cuando el reposo lo realice en una silla, ésta deberá ser bastante alta, con asiento firme y respaldo recto, permitiendo al paciente mantener un ángulo recto de las rodillas y de las articulaciones coxofemorales.
Durante estos periodos de reposo, será conveniente aplicar calor local por conducción, y entrenar y concienciar al paciente en la importancia de los ejercicios respiratorios. Se realizarán ejercicios de reeducación diafragmática y de ventilación costal. Se pueden combinar movilizaciones activo-asistidas de las extremidades y de la columna cervical. Si se plantea la posibilidad de realizar ejercicios isométricos habrá que realizarlos con pocas repeticiones para evitar un agravamiento del periodo inflamatorio.
Fisioterapia en el periodo no inflamatorio
Durante el periodo no inflamatorio, podemos insistir con técnicas de termoterapia, incluyendo técnicas por covección (infrarrojos) y por conversión (onda corta y microondas). La aplicación de electroterapia de baja y media frecuencia también ofrece buenos resultados como medida analgésica. Los ejercicios respiratorios aprendidos durante la fase inflamatoria se continuarán durante este periodo insistiendo en su correcto aprendizaje, lo cual proporciona un aumento de la capacidad vital del paciente y le permite relajarse. Un apartado importantísimo corresponde al mantenimiento y/o aumento de la movilidad vertebral.
Para ello, se realizarán ejercicios de flexibilización de todos los segmentos vertebrales y, cuando un segmento se encuentre anquilosado, se insistirá en el tratamiento postural para mantener la articulación en la posición más funcional posible. Estos ejercicios son también aplicables para todas las articulaciones periféricas, sobre todo, en el hombro y la cadera.
Estarán indicados ejercicios activos libres, asistidos y pasivos suaves. Junto a esto, se debe insistir en los estiramientos de la musculatura del hombro (pectorales) y de la cadera (flexores, aductores e isquiotibiales), así como potenciar todos estos grupos musculares. Será de suma importancia mantener una postura correcta durante todo el día y, evitar el uso de ortesis de reposo por el riesgo de aparición de rigidez.
Las complicaciones pueden causarse por la osificación de las articulaciones del tórax y de las vértebras lo cual puede llegar a una deformidad de la caja torácica y producir:
Malformaciones de las válvulas cardiacas, inflamación de la aorta, y problemas pulmonares, además puede aparecer la ya citada uveítis en los ojos.